En su obra “El símbolo perdido”, Dan Brown busca claves ocultas en Washington
hurgando en los secretos masónicos.
Si en “El código Da Vinci”, el autor pretendía descifrar a
su manera algunos de los secretos inconfesables de la Iglesia católica y
descubrir el inmenso poder del Opus Dei, para esta tercera entrega de las
aventuras del profesor de Harvard el escritor deja a un lado el Santo Grial
para adentrarse en el universo de una de las organizaciones secretas de las que
más se ha escrito a lo largo de la historia, los masones.
Solo en EEUU hay 2.000 logias con un millón y medio de
miembros.
Aún hay quien les acusa de ocultismo. Pero para Brown es una
organización «fascinante» en un mundo donde las culturas se matan unas a otras
en nombre de su dios. «Son un grupo global y espiritual que acepta a judíos,
musulmanes, cristianos y a gente confundida que viene a decirnos: mirad, todos
aceptamos que hay algo bueno y grande ahí afuera. No lo etiquetemos y
adorémoslo juntos», indicó el autor de New Hampshire.
En esta ocasión, el personaje de Langdon también deberá
resolver enigmas, descifrar códigos secretos y analizar nuevas pinturas en su
búsqueda de un legendario tesoro masónico en Washington y también tendrá que
sortear a un extraño asesino en serie: en lugar de un albino masoquista del
opus, un eunuco iniciado.
El escenario elegido es Washington y los monumentos
más conocidos de la capital de EEUU.
El motivo no es baladí. Algunos de los
padres fundadores que firmaron la Declaración de Independencia eran destacados
masones, como George Washington y Benjamin Franklin, al igual que otros
presidentes como Teddy y Franklin Delano Roosevelt, Harry Truman o Gerald Ford.
En el caso de Ángeles y demonios y El código Da Vinci, Brown
se decantó por tres ciudades europeas de sobra conocidas por los turistas –
Londres, París y Roma –, que a partir de la aparición de los dos libros y de las
posteriores adaptaciones al cine vieron cómo se incrementaba el interés de los
visitantes por recorrer los lugares por donde pasa Langdon.
UN MUNDO EN LA SOMBRA
Brown asegura que Washington, cuyo trazado dicen que está
basado en rectas y diagonales parecidas a los símbolos masónicos de la escuadra
y el compás, no tiene nada que envidiar a Roma, París y Londres, con obeliscos,
pirámides y túneles subterráneos. «Todo un mundo en la sombra que no vemos».
Es
probable que acabe ocurriendo algo parecido con El símbolo perdido.
La imagen
de la portada en la edición norteamericana (la británica es más sobria) es el
Capitolio, un edificio plagado de simbolismo, acompañado de un sello de cera
con un fénix de dos cabezas, el número 33 y las palabras «ordo ae chao» (del
orden al caos en latín).
Pero a partir de ahora seguro que los turistas se
preguntarán dónde está el Templo del Supremo Consejo del Grado 33, la Casa
Masónica del Templo o el Memorial Masónico Nacional de George Washington, justo
al otro lado del río Potomac.
En otra entrevista, el autor afirma que el lector hallará un
libro más filosófico que los anteriores, producto de las experiencias de los
últimos años. «Me han pasado muchas cosas», afirma Brown.
Cuando le preguntan por su talento narrativo responde que en
su infancia fue un chico tímido que creció sin televisión y obligado a echar
mano de la imaginación para divertirse.
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